La universidad que potencia el ingenio, la innovación y el emprendimiento.
Nuestros estudiantes experimentan la ingeniería, la computación y los negocios desde el día uno a través de nuestra metodología de aprendizaje activo
Ese es el ADN de nuestros estudiantes: alcanzar el más alto nivel académico y desarrollo personal.
El paso decisivo para encontrar las mejores soluciones.
Informes de sostenibilidad
contacto:
Giancarlo Marcone
DIRECTOR DE HACS
gmarcone@utec.edu.pe
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Ante la reciente “fuga” de datos que hubo desde la red social más famosa del mundo, Facebook, muchos nos preguntamos qué tan equitativa es la fórmula que manejamos actualmente: te cedo los derechos de mis datos personales a cambio de que me des visibilidad en las redes sociales.
Esto nos plantea muchos cuestionamientos y también retos si lo miramos desde el punto de vista de la ética en el manejo de datos.
Justamente ayer estuvo Marc Zuckerberg declarando ante la Eurocámara por el polémico caso que indicaría que Cambridge Analytica usó los datos de millones de usuarios de Facebook para desarrollar software destinado a predecir e influir en los votantes de la campaña presidencial de Estados Unidos. Zuckerberg ha admitido que su compañía no ha hecho lo suficiente para evitar que sus herramientas se usen también para causar daños, por lo que como alternativa de solución una de las medidas que ha anunciado es la denominada “Historia clara”, que mostrará con mayor exactitud los datos personales de los que dispone la red social.
Sin embargo, más que daños explícitos, se trata del uso desmedido y autorizado entre gallos y medianoche. Lo que sucede con Facebook es que a partir de un simple like se pueden capturar muchísimos datos como ubicación, cuándo y desde qué dispositivo te conectas, cuál es tu nivel, frecuencia y horario de uso, qué te gusta, qué te disgusta, cual es la distribución geográfica de tus amistades, entre otros. Con toda esa correlación de información se pueden crear desde campañas benéficas hasta estrategias de persuasión para todo tipo de fines.
Cuando uno abre cuentas en redes sociales, usa aplicaciones móviles u objetos conectados, acepta las condiciones de contrato. Es en ese breve instante que consentimos el uso de nuestros datos. Aquí entra a tallar la ética de estas empresas ,porque ciertamente el usuario promedio no tiene información previa o considera que todo el texto de esas condiciones de uso es largo e incomprensible, por lo que no lo lee. Al final, los formularios de consentimiento terminan siendo un paso previo necesario porque sin darle ok no se puede obtener el servicio o la descarga. Entonces, la prisa o la necesidad de ser parte de una determinada “comunidad” nos expone a estos descuidos.
Vivimos en una era en que las redes están transformando cómo entendemos la tradicional oposición entre lo privado y lo público. Las redes se han incorporado a nuestra vida de tal manera que están reconfigurando y marcando una pauta en las conductas y relaciones interpersonales. También están abriendo la gama de comunidades (digitales) a las que podemos pertenecer. En el fondo, es interesante ver cómo la tecnología está impactando en las conductas humanas, de la misma forma que los códigos de la interacción humana se reinterpretan para reproducirse dentro del universo de las redes sociales. Si bien hay impactos positivos y negativos a la vez, es recomendable plantearse hasta qué punto podríamos estar sustituyendo el mundo real por el virtual y cuántos derechos que protegen nuestra privacidad en el mundo real vamos a ceder por pertenecer a una comunidad virtual. Puede haber en todo este fenómeno un falso sentido de ubicuidad, de sentir que estamos en todos lados a la vez, por el cual podemos perder perspectiva respecto a la importancia de conocer los derechos que nos deben proteger cuando usamos el Internet. ¿Estamos dispuestos a ceder confidencialidad en favor de obtener visibilidad digital? ¿No es este un buen momento para comenzar el debate en torno a la ciudadanía digital? Pues ciertamente es una conversación sobre deberes y derechos en torno a la conectividad.
Imagen: El País
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